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¿Por qué la pena tiene tan mala fama?

¿Por qué la pena tiene tan mala fama?

Centro Codex
6 años, 11 meses

Hace unos meses llegó a nuestra consulta un caso grave, impactante, uno de esos que activan la alarma del psicólogo y lo movilizan a prevenir la aparición de trastornos derivados del trauma; uno de esos cuyo pensamiento automático inicial es aquel tan conocido, verbalizado y generalizado: “¡¡¡QUÉ PENA!!!”; Uno de esos complicados a los que el profesional cree estar emocionalmente acostumbrado y se sorprende... ; uno de esos que le recuerdan a uno que la autorregulación emocional del terapeuta es imprescindible para la correcta realización del proceso terapéutico… 

La pena fue reconvertida en un interés genuino derivado de la gratificación que implicaría minimizar futuros riesgos: se realizó una evaluación escrupulosa y se elaboró un plan de tratamiento pormenorizado que se aplicó con un éxito terapéutico mantenido en las sesiones de seguimiento. La reflexión posterior acerca de cómo la pena se transformó en ilusión y movilizó la solidaridad de profesionales y conciudadanos, ha  motivado que en este post responda a la siguiente pregunta:

¿Por qué la pena tiene tan mala fama?

La gente no quiere dar pena… la asocian a emociones que hieren su orgullo, que confrontan la sensación de valía de uno mismo, que menosprecian la capacidad de afrontamiento ante factores psicosociales desfavorecedores…

De hecho, es frecuente escuchar que la pena no vale para nada, que compadecer al otro no le ayuda a salir adelante, aun menos si esa emoción proviene desde dentro, lo que se conoce como autocompasión. Sin embargo, partiendo del conocimiento científico que todo psicólogo tiene acerca de las emociones, sabiendo que todas y cada una de ellas cumplen una función importante, que son señales que nos indica que algo sucede y nos invitan a poner el foco de atención en diversos aspectos internos y externos, el profesional debería preguntarse: ¿cuál es la función de la pena?

  • Empatía: la pena es uno de los ejemplos más claros de que el ser humano es un animal empático; la gente puede ponerse en el lugar del otro, imaginar lo que está sintiendo y lo difícil que será una determinada situación para él/ella. Debe hacerse ver al paciente que esto no es causa de vergüenza, sino una señal que puede favorecer que se sienta comprendido/a.

 

  • Solidaridad: una vez que las personas empatizan, es frecuente que se produzca algo tan maravilloso como es la solidaridad con el prójimo… este apoyo no debe considerarse embarazoso, puesto que sin él la especie humana no hubiese sobrevivido.

 

  • Modelado: la persona auxiliada conoce los beneficios de la cooperación, puesto que ha sido objeto de amparo ante una situación difícil, lo que la hará proclive a reaccionar de la misma manera ante los problemas de terceros. No sólo el individuo favorecido suele imitar la ayuda recibida, sino que aumenta la probabilidad de que los sujetos en contacto con el colaborador inicial reproduzcan esa conducta de contribución (por ejemplo: los hijos de padres/madres solidarios, suelen incorporar esta característica a su repertorio conductual y emocional, siendo más empáticos y receptivos a la hora de tender una mano a los demás).

 

  • Refuerzo positivo: una frase recurrentemente escuchada, y que recae sobre las personas solidarias, es la siguiente: “sólo lo hacen para sentirse mejor con ellos mismos, es egoísmo disfrazado de solidaridad”; Esta afirmación contiene una gran verdad y una enorme y ridícula mentira. Evidentemente, cuando se empatiza con una situación delicada y se aportan recursos para mejorarla, la satisfacción derivada de la ayuda supone emociones positivas (lo raro sería sentirse mal por apoyar a otros a mejorar su situación…); pero la razón principal de la ayuda es la empatía, que es radicalmente opuesta al egoísmo.

Uno de los objetivos pendientes de la psicología es acabar con la connotación negativa asociada a la pena, puesto que ayuda a mejorar la sociedad, convirtiéndola en comprensiva, respetuosa y socorrida ante el dolor ajeno:

“Buscando el bien de nuestros semejantes, encontraremos el nuestro” (Platón).

 

 

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