
¡La culpa es mía!
Si tuviera que comparar la culpa con algún ser vivo sería con las garrapatas: cuando crees que el de enfrente las tiene no te acercas, si las carga uno mismo le consumen y antes de que se enganchen a tus hijos/as prefieres transportarlas tú… De esta última situación versa el artículo de hoy: la adopción de culpas que no nos pertenecen.
Rebuscando en el cajón de sastre al que los expertos llamamos memoria a largo plazo, nos encontraremos con multitud de recuerdos que alternan entre lo vergonzoso, lo hilarante y lo excesivo: nos descubriremos tratando de escurrir el bulto de la culpabilidad, como si fuera, válgame el símil de los insectos, un jersey lleno de chinches (p.ej., la culpa es del jefe por no aclararme la tarea con claridad…) o peleándonos por el primer puesto en la categoría al Premio Goya a la culpabilidad (p.ej., hemos perdido el partido, la culpa es mía por no haber defendido bien… ¡no digas eso, yo jugué peor!) y hasta sumidos en un profundo abatimiento por lo que, consideramos, son consecuencias de nuestro modo de conceptualizar el mundo (p.ej, mi hijo está triste, soy mala madre por no haberme dado cuenta antes…).
Y es que se ha vendido un modelo de imagen parental que sólo los anuncios de coca-cola en los 60 lograban alcanzar, esto es, son irreales: madre disponible 24 horas al día, eso sí, con una sonrisa de oreja a oreja pese a llevar días durmiendo tres horas, padre habilidoso aunque quizás nunca haya sido un manitas, padres referentes de calma y sabiduría siempre dispuestos a trasladárselas a sus hijos/as sin importar el momento (tras trabajar 8 horas en pro del sustento familiar…). La lista es larga, ¡quien no se culpabiliza es porque no quiere! ; No obstante, aunque la culpa es libre (como la gracia y el miedo), y se han flexibilizado los estándares parentales, existen cuatro situaciones que suelen, invariablemente, producir este sentimiento (con diferencias interpersonales en cuanto al grado):
- Separación: los padres se sienten responsables del sufrimiento del menor y comienzan a generar ansiedad anticipatoria derivada de pensamientos catastrofistas; se imaginan las consecuencias negativas que podría tener el divorcio en la adaptación escolar, social, académica y familiar del niño/a. Sin embargo, han de ser conscientes que el infante trata de defender la única realidad que conoce, puesto que, por muy mala que esta sea, le proporciona seguridad. Crisis, en griego, significa cambio, es por esto que nos da miedo enfrentarnos a situaciones desconocidas y preferimos acomodarnos a lo malo conocido (al menos temporalmente). Una vez que los temores se disipan, el niño/a comprende las ventajas de vivir en un lugar exento de tensiones, trifulcas, malas caras… y comienza a valorar la felicidad como un estado primordialmente individual que se une con el todo (la familia), y no como un conjunto que destruye el bienestar personal. Es importante tener presente que es inevitable que los hijos sufran, y esto les prepara para afrontar futuras angustias, familiarizarse con el dolor y ser más tolerante a los infortunios vitales que se le presentarán.
- Fracaso escolar: los problemas académicos poseen diversas causas cuyo origen ha de ser identificado. Pueden deberse a: déficits de atención, problemas visuales, ansiedad, dislexia, fobia escolar y un gran etc.; la responsabilidad de la educación reside en los padres pero, si tras poner todos los medios disponibles el menor no consigue alcanzar las metas académicas, ha de recurrirse a un profesional para que evalúe y descubra los motivos subyacentes del fracaso. Culpabilizarse sólo empeora la situación, pudiendo añadir al coctel factores anteriormente ausentes en el niño/a (p.ej., ansiedad).
- Problemas emocionales: este es un tema delicado. Si bien es cierto que las emociones “negativas” en los niños/as suelen tener, en la mayoría de los casos, un problema familiar de fondo, es crucial ser conscientes de que existen dos tipos de culpabilidad: la adaptativa y la destructiva. El primer caso se refiere a aquella que movería al padre/madre a reflexionar sobre el estado de las cosas en el hogar, sobre las relaciones parento-filiales y posibles soluciones a los contratiempos; la segunda, también llamada “desadaptativa”, sumiría en un pozo de tristeza, autorreproche y autodesprecio a los padres/madres. Esta última forma de proceder, el “dejarse llevar por la emoción”, no ayuda a mejorar el estado de ánimo del menor. Por ello, aunque sea difícil soportar la culpa e incluso aceptar consejos, ponte en manos de un profesional puesto que las ganancias superan los costes si tu hijo/a vuelve a recuperar la sonrisa.
- Trastornos de conducta: son, quizás, los más perturbadores en lo referente a las relaciones en el hogar. Pueden estar frecuentemente asociados a otro trastorno (véase el caso del Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad), ser fruto del modelado (el niño/a representa las conductas observadas a una persona cercana), tener de base un trastorno emocional, etc. Las secuelas derivadas de los comportamientos del menor suelen incluir: agotamiento parental, sentimientos de frustración, miedo e ira, sensación de pérdida de control, etc. Tal y como se mencionó en el apartado anterior, urge contactar con un experto en técnicas de conducta que guiará la intervención involucrando tanto a los padres como a los niños.
Sentir que los hijos/as son vulnerables (lo son), que dependen de nosotros (lo hacen), que son responsabilidad nuestra (es así), no convierte a los padres/madres en superhéroes capaces de construir un escudo antimisiles vitales alrededor del niño/a. El sufrimiento es parte de la vida y, como tal, ha de aprender a soportarse y superarse. Sobreproteger a los niños/as es convertirlos en barro que cualquier problema moldeará a su gusto. Además, dejarse invadir por el sentimiento de culpa hará que los padres/madres sean más vulnerables al chantaje emocional, por lo que, sin consienten en demasía al infante, este puede convertirse en un adulto caprichoso y egoísta que se frustra si los demás no bailan al son que le apetezca.
Resumiendo, los padres han de aprender a convertir la culpabilidad destructiva en adaptativa, y no permitir que se convierta en un muro infranqueable: lo importante no es echar la culpa de un error a alguien, sino averiguar qué causó el error (Akio Morita).
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