
Reflexiones de una “psico-estudiante”
¿Qué?, ¿Cuál?, ¿Cómo?... tres preguntas que atormentaban a los filósofos clásicos y que siguen tan vigentes como el pan con aceite que solían desayunar en la Antigua Grecia. ¡Os sitúo! Como estudiante de psicología que fui (en la universidad) y que soy (cursando un máster), estas fueron las tres cuestiones que hicieron que mi sombra se pusiese celosa: ¿qué hacer de mi vida, es decir, qué camino seguir en el amplio y basto mundo de la conducta humana?, ¿Cuál de los “tropecientos” masters existentes escojo?, ¿cómo me compensa hacerlo: a distancia o presencial?
La respuesta más costosa y alargada en el tiempo fue la primera: que si psicología clínica (con percepción, neuropsicología, psicofisiología, y un largo etcétera), que si psicología social (perito judicial, asesoría política, reinserción social…), que si psicología evolutiva (vejez, desarrollo, educación especial…)…¡vaya lío!; Pues bien, una vez encaminada en clínica (pero sin querer abandonar las optativas de psicología social que tanto me gustaban) y estando a punto de licenciarme, comencé a pensar en qué querría especializarme, empujada por terceros ya que en ese instante lo que más deseaba era aprobar las últimas asignaturas, que no me quedara pendiente ningún crédito de libre configuración por cubrir y poder hacerme con el ansiado papelito: el “Tíiiiitulo” (¡que lejano sonaba en primero de carrera y qué rápido ha pasado el tiempo…!).
Una vez finalizada la euforia que produce escuchar el sonido del móvil, abrir el sms de entrada y ver en la pantalla que he aprobado la última asignatura, la segunda pregunta: ¿cuál de los masters disponibles quiero hacer?, me produjo el mismo decaimiento que imagino tendrán los montañeros cuando llegan a la cumbre, observan las vistas, se sienten realizados y orgullosos, pero tras un rato de observación miran hacia abajo y piensan: ¡qué bajón! Centrada en la búsqueda del siguiente monte en el que encauzar mis pasos profesionales, me propuse responder a la segunda cuestión en un tiempo estipulado (que al final se alargó) hasta que un día caí en la cuenta de que me gustaban tantos campos que para acotar me centraría en tres aspectos o “ASP”: Autorrealización (que me gustara, lo cual, como intuiréis, no fue difícil), Salida laboral y que fuera Práctico. Respecto a la oportunidad laboral, prácticamente todos los ámbitos se vieron damnificados por la crisis (salvo el sector de recursos humanos que no me convencía) puesto que uno de los primeros presupuestos en verse afectado por los recortes fue el social. Sin embargo, esta situación está cambiando, y el porcentaje de contratación actual sitúa a la psicología como una de las profesiones con menos paro y más oportunidades de empleo. El tercer requisito, en mi caso, fue el que mayor peso tuvo en la decisión final, por lo que a posteriori alargaré la explicación dada la importancia que le otorgué en la resolución de mi galimatías vital. Respecto a la realización presencial Vs a distancia, me incliné hacia esta última por motivos personales, entre ellos: la libertad de horarios me permitió realizar otros trabajos con los que costearme mis gastos, era yo la que marcaba las pautas de estudio, el temario era completo y, sobre todo, porque a este período le seguiría la formación práctica que tanto me interesaba.
Cuando finalizamos la carrera, hemos hecho multitud de horas prácticas que, según mi experiencia actual, caen en saco roto. Primero, porque para familiarizarse con los instrumentos de evaluación y las técnicas de tratamiento lo fundamental es: practicar, practicar y practicar. Sé que me repito tanto que a alguno/a le habrá entrado ganas de tomarse un almax, pero es la pura realidad. Por poner dos ejemplos conocidos: nos licenciamos sabiendo que existen el Waiss, Wppsi y Wics, hemos “jugado” con ellos un par de horas en compañía de otros estudiantes, pero cuando te “plantan” el maletín enfrente con el manual de la prueba, el único recuerdo que te queda de cómo aplicarlo es el rato tan divertido que pasaste tratando de cuadrar los “cubitos de colores”. Yendo más allá, al “meollo de la psicología”, cuando te enfrentas por primera vez a la deseada, apasionante e intimidante sensación que te invade cuando tienes a un paciente delante, los consejos de guía (muy útiles por otro lado) que te habían dado para realizar la relajación progresiva de Jacobson parecen no estar adaptados a tu voz, tu ritmo, ni a tu “imaginación”, ¿por qué? ¡Vuelvo a reiterar!: por falta de experiencia.
Hoy en día el modelo educacional está cambiando, desde un planteamiento vertical donde el experto transmitía su sabiduría mediante la impartición de “masterclass”, a otro en el cual se respeta la adquisición de conocimientos pero se asume la necesidad de horizontalidad, en el sentido de servir de apoyo y guía al estudiante en prácticas, pero siendo éste el que se encargue de ensayar y dar uso a la formación teórica previa. Tras recibir varios consejos, como los que estoy divulgando en este escrito, me decidí por un máster cuya mitad del temario incluía teoría y la restante prácticas; Gracias a ello comienzo a sentirme “psicóloga”, sobre todo en aquellos momentos en que asumo la responsabilidad de tener delante una persona que te mira demandando ayuda (o eres consciente de que la necesita), que busca una respuesta, comprensión, una salida, una guía... y así, poco a poco, voy abandonando los pensamientos que viajaron conmigo tanto tiempo (p. ej. ¡es que me da la sensación de que no voy a saber qué hacer o cómo hacerlo!).
En esta aventura, en algún punto del camino que no sabría identificar con certeza, comprendí que practicando también se responde a las tres preguntas: ¿Qué? (qué demanda el caso), ¿Cuál? (cuál es la estrategia que debo utilizar) y ¿cómo? (cómo puedo aplicarlas según las características individuales de cada paciente). El resultado final es que ahora cuando me preguntan por mi oficio ya no digo: “He estudiado psicología”, sino “soy psicóloga”, parecerá una nimiedad…pero la experiencia es la que marca la diferencia.